jueves, 27 de octubre de 2011

Florencia: Esencia inmortal del arte (Crónica)

Existen lugares tan fantásticos, que dejan su imborrable huella para siempre. Eso fue lo que ocurrió a mi memoria después de visitar Florencia, la bella capital de la región italiana de Toscana. 
Llegué un 16 de junio de 1998, en pleno verano. Todo estaba lleno de vida, color. Un cielo azul se vislumbraba imponente sobre la Piazza del Michelangelo, lugar desde el cual se divisaba panorámicamente toda la ciudad. Estar allí parada, observando un hermoso monumento de 1875, constituido por el David (copia) al centro, me hizo sentir en un sueño, uno dentro del cual pude viajar a través del tiempo para estar ahí por el arte. Miré el reloj, eran tan sólo las 14 horas, y mi amiga Maria Grazzia había quedado en pasarme a buscar en media hora. Mientras la esperaba, clavé mis ojos con el detenimiento hacia cada detalle, cada espacio de Florencia que me rodeaba, que yo estaba respirando.
Me senté en un andén cerca al monumento y me dispuse a analizar a cada uno de los caminantes que pasaban por mi lado. Pensé que cada cual volaba en su mundo; cuántas historias, recuerdos, y sentimientos de millares de personas, que tal vez nunca llegarían a significar nada en mi vida.
Sentí que me saludaban por la espalda; era Maria Grazzia, una mujer alta, de tez morena, pelo rojizo, y de unos 28 años. Podría decir que realmente transpiraba amabilidad y generosidad con cada gesto; me dio la bienvenida a su ciudad natal con un: "ciao e benvenuta in questo posto!! la mia casa e anche tua!". Nos subimos a su carro: un Mini Copper rojizo, creo un objeto apenas justo de lo que italianamente podría definirse como algo incluyente en alguna visita a Italia. (De acuerdo a imaginarios culturales pre-concebidos). 
Durante todo el camino, Maria se dedicó a señalarme y explicarme cada historia, cada arte y su simbología detrás de cada sitio u obra que, de uno en uno, se nos iba sumando y cruzando por la vía.  -La Edad del Humanismo tuvo su cuna en Florencia con el arte renacentista; es natural entender el por qué cada uno de sus rincones están plagados de cultura, de una magia excepcional.
Al día siguiente de mi llegada, Maria me llevó a la Catedral 'Santa Maria del Fiore', un grandioso edificio cuya construcción fue iniciada por Arnolfo di Cambio, en 1296, pero que a causa de su deceso, la obra es continuada bajo la dirección del Giotto, en 1334, que nuevamente queda  interrumpida por la muerte de este artista. Desde 1357 a 1364 se confía a Lapo Ghini y Franceso Talentini. Ya en 1378 se había terminado la cubierta de la nave mediana, y desde 1380 a 1421, fueron construidas la tribuna y el timburo de la cúpula. En 1436 el Papa Eugenio IV consagró solemnemente el templo, dedicándolo a "Santa María de la Flor".
En su interior pude deleitar mis ojos con el magnífico ejemplo de la arquitectura gótico-florentina. Su construcción era amplia, y sobria de decoración. Esto como característica típica de los florentinos; querían la casa de Dios libre de toda complacencia, más grandiosa y austera, donde el pueblo pudiese acudir en gran número. 
Luego partimos hacia la Plaza de la Señoría, sitio que gozaba de incomparable belleza y solemnidad. Estaba dominada por el majestuoso Palacio Viejo o de la Señoría, la Lonja de la Señoría, las antiguas construcciones que la circundan, la grande fuente y numerosos monumentos. Todo el conjunto creaba una visión de grandeza y potencia. Maria me comentó que en esta plaza se desarrollaron, durante siglos, los grandes acontecimientos históricos y políticos, en los que se delineó toda la vida de Florencia en sus luchas internas, en sus afirmaciones de potencia y en sus mensajes de civilización al mundo.
La fuente de la plaza estaba encabezada por la gigantesca y poco feliz estatua de Neptuno, llamada comúnmente por los ciudadanos 'il Biancone', por su cándida mole. Para mí, un hermoso panorama...
Bajo la Lonja de la Señoría hay verdaderas obras maestras de la escultura, pertenecientes a diversas épocas, y que conforman en conjunto, un maravilloso museo abierto. Percibía que cada una de ellas tenía vida propia, incluso llegué a sentir y percibir que me percibían y miraban a través de sus ojos marfilados. Se encontraban: "El Perseo", "El rapto de Polixena", "Hércules luchando contra el centauro Neso" entre otras. La que más captó mi atención fue "El rapto de las Sabinas" de Giambologna, ya que me parecía tener cierta fuerza espiritual en su movimiento. Como lo mencioné antes, para mí que tenía vida propia.
El principal monumento arquitectónico florentino es el Palacio Viejo, también uno de los más significativos palacios públicos medievales de Italia, construido por Adolfo di Cambio, desde 1298 hasta 1314. Emerge majestuoso y severo en su impotencia con la torre (94 metros de alto), que se eleva directamente desde la fachada, dándole un carácter de elegancia.         
  
Así fueron transcurriendo los dos días que estuve recorriendo la ciudad... iba de una plaza a otra, pasando por la Catedral, varios monumentos, calles, esquinas, caminos.. Pude disfrutar a Florencia con mis cinco sentidos: vi sus paisajes disfrazados de arte, saboreé sus exquisitos platos (mucha pasta y pizza, y sobretodo el aceite de oliva, el queso y muchos tomates como acompañamiento de casi todo). Olí su aire a rosas, aroma de un alegre verano; escuché melodías plagadas de sentimiento mediterráneo. Toqué su tierra con mi presencia; mi liviano cuerpo estuvo en uno de los lugares más inolvidables del planeta: Florencia. 

(Escrito hace más de una década, para clase de Crónica... Transcrito luego de ser descubierto en unos archivos personales.)