viernes, 26 de marzo de 2010

Te regalo mis ojos II (Lunes, primera noche)



Ana dio unos pasos, recordando miles de pensamientos, en la invocación de un pasado lejano que se estrellaba con lo pasajero. Intentaba olvidar todos los sueños perdidos y las promesas rotas, pero su verdadero deseo era el de ser consumida por un eterno olvido que la borrarse de la memoria del mundo, algo que no lograba ni con la fuerza de su mente ni de su alma, y que con el cuerpo no lo lograría, porque era incapaz de quitarse la vida.

En el mismo instante en el que entró al lugar vio sombras en la oscuridad, gente que al igual que ella, compartía un estilo, un caminar. Frecuentaba ese bar ya que se sentía comprendida, a pesar de su soledad e incomprensión, sólo que ahora las cosas eran diferentes; todo había cambiado y el escenario de su cabeza no le ayudaba. Entonces se sentó en su sitio predilecto, en la barra, justo al frente del bar tender, una excéntrica señora de unos 60 años que usaba una peluca negra que le llegaba hasta el cuello, maquillaje oscuro alrededor de sus ojos, lo que le pronunciaba su mirada, medias de malla y una sonrisa amable. Le pidió su trago favorito, un Bloody Mary. Mientras encendía un cigarrillo y bebía un sorbo de alcohol, sus neuronas comenzaban a desquiciarse, ella iba perdiendo cada vez más el control de sí, su cordura, en medio de tanto negro, de tanta oposición. Para su alegría y sorpresa vio que su fiel amigo Antanas también se encontraba ahí, y que además era el único que no iba de negro. Para la tranquilidad de su palpitante corazón, él se acercaba a ella para saludarla.

Antanas notó la aflicción de su amiga. Le preguntó si tenía frío pues además de verla pálida y flaca, la notaba abatida por fuertes escalofríos, algo bastante extraño e imposible de ocurrirles en pleno verano. A la par de su preocupación, Antanas se dio cuenta del peligro que corría Ana, cuando ella le confiesa claramente todas sus preocupaciones, las persecuciones; el Negro y el Todo. El Negro y la Nada. Antanas decidió entonces tomar la mano de Ana y sacarla de ahí.

Mientras cruzan la calle, ya de salida, ella le regala un esbozo de sonrisa y se despiden del sitio, dejando atrás y tras sus pasos, el eco de mentes delirantes y cuerdas que andan perdidas en busca de sentido, tal vez tratando de alcanzar algún tipo de sentido existencial.


...Continuará...

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